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EL HOMBRE AL FINAL DE LA CALLE

  • gabrielagarzaservin@gmail.com
  • 14 feb 2014
  • 2 Min. de lectura

El hombre al final de la calle no se dejó seducir por pretextos y decidió hacer su forma de vida de lo que otros no hacíamos, aquello en lo que no nos estábamos fijando por nuestra apresurada, importante y soberbia vida.

Este hombre aparece y desaparece, solo o acompañado de dos o tres perros. Lleva una largas tijeras de jardinero y con ellas se acompaña dando forma por donde le place. A nadie le perjudica, sino todo lo contrario, pues de pronto uno se encuentra con virtuosos y coloridos obsequios que sorprenden, como flores nuevas en las macetas o figuras alegres formadas de arbustos. No tengo idea de en qué casa vive ni con quiénes.

Hay veces que lo he visto barriendo la calle de principio a fin. Definitivamente decidió darse sin esperar nada; aunque hay quien, si gusta, le da algún pago sin promesa de periodicidad y sin monto fijo.

Cada mañana a la salida del sol, cuando pocos han despertado, se puede ver al hombre sentado en medio de la calle, que al ser una cerrada, no obstruye el paso. Y cuál no sería mi sorpresa al descubrir lo que hace ahí cada mañana: espera el abrazo de una abundante parvada que se alimenta de las migajas que él les brinda. Lo rodean como queriéndolo levantar en el aire.

No sé ni su nombre, pero recordarlo con esa imagen, tan cerca de los pájaros, me causa un profundo suspiro de esperanza, y agradezco por haber despertado aquel día y disfrutar de su amoroso ritual matutino que le permite volar entre los jardines de los vecinos.

Es grandioso ver a alguien que se entrega al dar lo más preciado, su tiempo; y que resuelve lo que está a su alcance, haciendo una gran diferencia constantemente. No me imagino que sería de la calle sin sus relevantes detalles

Mientras otros pensamos en ayudar a niños de África, a las ballenas casi extintas que jamás veremos, y diversas causas quizá no tan lejanas, pero que, en realidad, fuera de un pago en el cual refugiarnos, no nos involucran en lo más mínimo con nuestra comunidad.

Qué gran ejemplo en cambio me ha dado este hombre, que además engalana con el resplandor de su sonrisa. No pierde nada, solo se dedica, aprecia y cuida. Se permite servir sin limitarse.

Posdata: Qué dicha encontrar gente admirable que no siente la necesidad de llamar la atención, de anunciarse, de postear sus logros en las redes como lo hacemos todos y, en cambio, vive en la libertad de su transparencia.


 
 
 

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